Alguna vez
conocí a un hombre que volaba. Todos los hombres eran un poco de él
y no se parecía a ninguno. En los ojos guardaba una cromografía
casi perfecta del aire y en esa transparencia sutil bien se
disimulaban los más viles pensamientos. Más cruel que cualquiera.
Casi un mago, lograba mover los hilos de la angustia hasta la
desesperación de otros seres con un leve giro de su voluntad.
Unas veces
era un ave rapaz, las otras, gorrión en las jaulas del corazón de
alguien.
Un hombre
que volaba, cuando el resto del mundo se postraba de rodillas en
función de la fútil conveniencia de otros.
Podía ir y
venir y estaba en todas partes. Sabiendo siempre qué decir para que
cualquier otra verdad se desmoronara ante sus voces.
El mundo le
quedaba chico y en sus manos toda circunstancia era maleable. Jamás
pasaba desapercibido, las sombras de su cuerpo en el suelo se
quedaban impregnadas en los colores, y era casi imposible no amarlo o
detestarlo.
Un hombre
que volaba más allá de lo imaginable, sabiendo hacerse espuma en el
mar de la angustia, sabiendo hacerse mar, golpeando, en las
escolleras de la intransigencia.
No sabía
de miedos, puesto que vivía al filo del peligro, y cómo le gustaba
jugar a las escondidas y encontradas con la soledad, ese verdugo.
Siempre
dejando secuelas a su paso, dio muerte a aquellos que suponía
demasiado astutos para sus artimañas y una dosis de perfecta
estrategia a los que veía doblegarse ante el yugo de la realidad.
Se podría
decir que a veces era un cristo en traje de mendigo, pero la misma
mano que acaricia, apuñala.
Su único
equipaje era una mochila que llevaba en la espalda en la que
cabía todo lo indispensable para hacer frente a las arbitrariedades
y su único hogar era el mundo. Libre de esquemas y de estereotipos
se volcaba al cauce de sus ideas, siendo que ninguna cosa, salvo él,
era importante.
Un hombre
que volaba; sobrevolaba los terrenos del bajo fondo de la realidad,
descendiéndose, hasta ser casi un reptil en ese fango. Hurtándole
cada vestigio de noble sentimiento a los corazones moribundos.
Multifacético,
era todo lo necesario en función de las circunstancias y despiadado
reía la inocencia de otros. Hijo del caos, no desconocía las
trincheras en que el alma se acoraza y era el más feroz soldado en
las batallas temporarias.
Un hombre
que volaba en alas de la razón, no pactaba olvidos dentro de su
cabeza. Rosa y espada, aliado y enemigo, ese hombre era fuego en los
días de viento, y buscando ser el rey de la jungla actuaba a
contramano, moviendo con sus ágiles dedos, los hilos de las
marionetas. Jugaba limpio, en su nombre, sin embargo guardaba, la
baraja de su ejecutorio sadismo, siempre en la manga. Todo lo hizo en
su autista miseria, todo era posible en su credibilidad.
Un hombre
que volaba expandido el pensamiento a los rincones más oscuros de la
verdad, a los lugares más brillantes del corazón de todos. Un
hombre que sabía disgregar el silencio en paredes del alma. Y
sonreía casi divinamente en la agonía como en la gloria. Un místico
en traje de cobarde.
Alguna vez
conocí a un hombre que volaba, y que en vuelo retórico por las
nubes densas de un humo que expiramos, se hizo lluvia al suelo árido
y celoso, de una pasión. Volándose.