Dejar
ir,
sencillamente
abrir las manos.
La
noche se va impregnando
de
los olores los silencios
de
una derrota
y
el trago sal y vino
que
bebo mientras callas
es
la autocomplacencia
de
un perro
lamiendo
sus heridas.
Debo
ponerme fuerte –me repito
mientras
todo mi cuerpo me delata.
Gritos
de eternidad
que
me parten el pecho
llantos
de soledad
que
oprimen
con
intención de muerte
mi
garganta.
Abrir
las manos
expandir
el alma…
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