lunes, 3 de junio de 2013

Estado animal

No es fácil
para nada fácil
extender los brazos
abrir las manos
cuando habíamos llegado a estar
. tan apegados.
En la cuevita ésta
nos fuimos arrimando
uno al otro
fuimos amontonándonos,
también con nuestra basura
y nuestros sueños.
De manera que cada vez
se hizo más difícil
ver el sol, respirar, mover el alma.
Y así no conformamos
prisioneros
tontos y enajenados.
No es fácil arrancarnos
de este estado animal
que hace su contrapeso

cada vez más abajo.

Amores elementales


Él era aire.
Su sonrisa
una mueca de estrellas
que ampliamente se abría
repentinamente se cerraba
deborándose el mundo.
Él era aire y así
en el aire
se difundió su ser
y lo respiro.

Él era agua.
Sus ojos, el océano
pobladísimo de mágicas historias
que la profundidad guardaba
celosamente.
Yo aprendí a nadar, a sumergirme
en su salada existencia.
Y la bebo.

Él era fuego.
Fuego primitivo
que excéntricos dragornes
jugaban a poseer.
Vida y muerte.
Fuego que abriga.
Y yo lo cuido.

Él era tierra.
Selva indígena
que acunaba la vida
en sus seno de hierbas.
El ciclo interminable
ofreciendo los frutos
que yo digiero.

El amor es la magnífica energía
que mueve al tiempo
y en su discurrir
funde sus elementos.

Yo sigo transitando
andando por el mundo
a veces en el aire en el agua
a veces en las llamas
y otras
como un árbol más
alzándose
adherido a la tierra

siempre amando la vida.

La arena humana

Te estoy buscando
Te estoy esperando
Te estoy llevando conmigo
llevándome tu ausencia.
Estoy dolida
Porque esta desnudez
Apenas soportable
Rompe mi piel
Como si solo fuera
Un simple papel.
Un papel…
Y la historia
que has escrito
se difunden en los mares
que se me están lloviendo.
En qué estaba pensando (me pregunto)
Distrayéndome en qué…
Cuando me percaté
Un silencio más humano
Que cualquier otra cosa
Era el puente
Y por humano, cruel.
Y distaba
Tanto mundo callado
Entre las horas
Sin luna
De estas noches
Y las horas que fueron nuestra vida.
Y había barro, vacío
Tierra crujiéndome entre los dientes
Huecos desde los que caían
Como lluvia las lágrimas.
Se que parecerá exageradamente crédula
Mi inocencia violada,
Que creerán los otros
Que estoy perdiendo tiempo,
Qué loca
Qué deprimente
Y que sé yo…
Cuantas verdades especularán los otros
Mientras lloro tu nombre.
Lo cierto es que un disparo
Suena una y mil veces en mi oído
Y tu cuerpo es tan frágil
Guardado en la memoria.
Estoy probando agua salada,
Otra vez,
Lamiendo tus dedos
En lo invisible.
¿Qué habrá querido decirnos
La demencia del tiempo?
¿Cómo interpretaremos
Tanta arrogancia?
Volviéndome hacia vos,
Estoy buscando pistas
En la arena
En la tristeza humana.


High anxiety

Alguna vez conocí a un hombre que volaba. Todos los hombres eran un poco de él y no se parecía a ninguno. En los ojos guardaba una cromografía casi perfecta del aire y en esa transparencia sutil bien se disimulaban los más viles pensamientos. Más cruel que cualquiera. Casi un mago, lograba mover los hilos de la angustia hasta la desesperación de otros seres con un leve giro de su voluntad.
Unas veces era un ave rapaz, las otras, gorrión en las jaulas del corazón de alguien.
Un hombre que volaba, cuando el resto del mundo se postraba de rodillas en función de la fútil conveniencia de otros.
Podía ir y venir y estaba en todas partes. Sabiendo siempre qué decir para que cualquier otra verdad se desmoronara ante sus voces.
El mundo le quedaba chico y en sus manos toda circunstancia era maleable. Jamás pasaba desapercibido, las sombras de su cuerpo en el suelo se quedaban impregnadas en los colores, y era casi imposible no amarlo o detestarlo.
Un hombre que volaba más allá de lo imaginable, sabiendo hacerse espuma en el mar de la angustia, sabiendo hacerse mar, golpeando, en las escolleras de la intransigencia.
No sabía de miedos, puesto que vivía al filo del peligro, y cómo le gustaba jugar a las escondidas y encontradas con la soledad, ese verdugo.
Siempre dejando secuelas a su paso, dio muerte a aquellos que suponía demasiado astutos para sus artimañas y una dosis de perfecta estrategia a los que veía doblegarse ante el yugo de la realidad.
Se podría decir que a veces era un cristo en traje de mendigo, pero la misma mano que acaricia, apuñala.
Su único equipaje era una  mochila que llevaba en la espalda en la que cabía todo lo indispensable para hacer frente a las arbitrariedades y su único hogar era el mundo. Libre de esquemas y de estereotipos se volcaba al cauce de sus ideas, siendo que ninguna cosa, salvo él, era importante.
Un hombre que volaba; sobrevolaba los terrenos del bajo fondo de la realidad, descendiéndose, hasta ser casi un reptil en ese fango. Hurtándole cada vestigio de noble sentimiento a los corazones moribundos.
Multifacético, era todo lo necesario en función de las circunstancias y despiadado reía la inocencia de otros. Hijo del caos, no desconocía las trincheras en que el alma se acoraza y era el más feroz soldado en las batallas temporarias.
Un hombre que volaba en alas de la razón, no pactaba olvidos dentro de su cabeza. Rosa y espada, aliado y enemigo, ese hombre era fuego en los días de viento, y buscando ser el rey de la jungla actuaba a contramano, moviendo con sus ágiles dedos, los hilos de las marionetas. Jugaba limpio, en su nombre, sin embargo guardaba, la baraja de su ejecutorio sadismo, siempre en la manga. Todo lo hizo en su autista miseria, todo era posible en su credibilidad.
Un hombre que volaba expandido el pensamiento a los rincones más oscuros de la verdad, a los lugares más brillantes del corazón de todos. Un hombre que sabía disgregar el silencio en paredes del alma. Y sonreía casi divinamente en la agonía como en la gloria. Un místico en traje de cobarde.
Alguna vez conocí a un hombre que volaba, y que en vuelo retórico por las nubes densas de un humo que expiramos, se hizo lluvia al suelo árido y celoso, de una pasión. Volándose.